“Seré médica gracias a la Revolución Bolivariana”

Heidi Pérez jamás se imagino que iba a intercambiar los caudales del río Orinoco por escaleras de cemento. Es oriunda del sector Jobure de Delta Amacuro y una de los mil 674 estudiantes de 42 nacionalidades provenientes de América Latina y África de la Escuela Latinoamericana de Medicina Salvador Allende (ELAM), ubicada en Filas de Mariche, estado Miranda, Venezuela

Cuando habla denota la inocencia y energía de quien tiene 18 años. Llegó a la ELAM con una maleta espiritual llena de sueños y metas por lograr, es por ello que sentencia de manera enérgica y con orgullo que “será médica gracias a la Revolución Bolivariana”.

Heidi fue elegida a mediados del año 2012 por un comité interinstitucional que delegó el Ministerio del Poder Popular para la Educación Universitaria con la finalidad de incorporar a jóvenes venezolanos, habitantes de comunidades geográficas aisladas, al Programa de Formación de Médicos Integrales Comunitarios en la ELAM.

La ELAM es un centro de formación de corte humanista. Es una institución que forma a profesionales de la medicina con una perspectiva socialista

Los estudiantes, al finalizar sus estudios, son regresados a sus comunidades de origen para así saldar la deuda social en cuanto a salud de una manera no lucrativa.

Además de esto, la ELAM se concibió como un proyecto estratégico de integración de la Alianza Bolivariana Para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). El proceso de formación de los jóvenes tiene una duración de seis años y es totalmente gratuito. La finalidad que persigue esta iniciativa es garantizar el acceso a la salud en todos los países miembros del ALBA y de naciones pertenecientes al continente africano.

“Somos diez venezolanos que ingresamos a la ELAM el año pasado. Pertenecemos a la etnia Warao. Nuestras poblaciones viven a 4 horas de Tucupita y para llegar hasta ahí la única forma de trasladarse es tomar una embarcación que cruce el Río Orinoco”, cuenta.


Mi comunidad me necesita

Para lograr su tan ansiado sueño, ser médico, tuvo que salir de su tierra, dejar a su familia.

Afirma que lo que hoy está viviendo, durante mucho tiempo lo vio como imposible de cumplir, sin embargo y a pesar del orgullo y emoción que siente, no niega el sacrificio que ha generado estar lejos de los suyos.

“Donde yo vivo no hay señal de teléfono. Tampoco tenemos una línea local en casa. Cuando mis padres van a Tucupita es cuando me llaman. A veces cada dos semanas, a veces una vez al mes. Es un sacrificio que tendrá su recompensa, ya que mi meta es graduarme y regresar para ayudar a mi pueblo”, puntualiza.

El deseo de mejorar las condiciones de su comunidad, es el principal motor que mueve a Heidi. Dice que lo más la motivó a venir desde tan lejos para iniciar sus estudios de medicina integral fue vivir en carne propia el no poder contar con médicos para solventar carencias de salud.

“Viví experiencias traumáticas cuando niña. Observé a muchas personas morir encima de la curiara (embarcación similar a la canoa, pero más ligera y larga) porque ni siquiera les daba tiempo de llegar al centro asistencial de Tucupita para recibir la ayuda médica. Por eso cuando quedé seleccionada no lo pensé dos veces, no podía desaprovechar esta oportunidad. Mi comunidad me necesita”, detalla.

Experiencia emocionante
Heidi cursa el primer año de la carrera de Medicina Integral Comunitaria y hace énfasis en que desde que comenzó el curso introductorio, las prácticas y el trabajo de campo la ha motivado aún más de lo que para ella es el objetivo número uno de todo profesional de la salud: ayudar y servir a la humanidad.

“Es una experiencia emocionante. Aquí no hacemos otra cosa sino estudiar día y noche, además de caminar y recorrer lugares en donde nadie se atreve a ir, para así atender a los pacientes. No son una mercancía, los vemos como seres humanos que tienen una carencia médica que debe ser sanada y nos estamos formando para estar siempre allí, junto a lo más necesitados, junto a nuestra gente”, finaliza.

Prensa MinCI / Marcos Medina

 

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