Manuel Cabré: El eterno paisajista del valle de Caracas

Ni el tiempo, ni la neblina que a veces turbia la mirada hacia el valle que abraza Caracas pueden olvidar que ya un pincel hizo del paisaje algo más que una foto instantánea capturada por los ojos. Por allá, cuando el siglo XX daba nuevas luces a la plástica nacional un hombre llamado Manuel Cabré mezcló sus óleos con la visión dispuesta siempre hacia esas montañas que se descubren cada mañana en el andar del caraqueño.

Conocido como «El pintor del Ávila», Cabré resguarda en sus 300 obras la eternidad del paisaje venezolano con suaves destellos franceses que ofrecieron madurez a la pasión artística que vistió de corbata y pantalón bien planchado.

Nacido un 25 de enero de 1890, el hombre que se manifestó en contra del convencionalismo de la Academia de Bellas Artes continúa vivo en la memoria plástica nacional por ser el más grande exponente del paisaje en el país.

Era 1907, aunque los estudiantes de la Academia de Bellas Artes todavía no se pronunciaban con relación a los viejos cánones artístico, Cabré tomaba espacios públicos de la capital para plasmar en sus cuadros el verde intenso de sus montañas.

«Él (Cabré) es el paisajista más importante del país, es quien llega a una óptica muy precisa del paisaje, cubre todos los detalles de estudios de luz, volumetría… Sus paisajes son puros porque eran pintados al natural, siempre mirando hacia el Ávila y al valle de Caracas», describe el pintor e investigador del arte venezolano Juan Calzadilla.

Entre sus títulos destaca la fundación del Círculo de Bellas Artes y la escuela del paisajismo en el país. «Un paisaje que se caracteriza por estar pintado al aire libre», subraya el investigador tras explicar que Cabré sembró aquel movimiento impresionista que se trasladaba al espacio natural en donde dormía el paisaje para retratarlo lo más parecido posible.

Aunque en sus inicios el pintor se dedicó a retratar a rostros de allegados, fue en 1909 cuando el levantamiento estudiantil, movido por su negación hacia los procesos acartonados del siglo XIX, radicalizó su postura paisajista.

Los estudiantes de la Academia de Bellas Artes salieron de sus talleres ausentes de luz natural, «agarraron sus caballetes con los colores que ellos mismos preparaban y se fueron al campo a trabajar bajo observación directa», narra Calzadilla.

La acción significó la consolidación del género naturalista en la visión del pintor humilde, quien en sus tiempos se trasladara a La Urbina o San Bernardino en autobús para plasmar el paisaje verde que rodeaba a los sectores caraqueños.

Casas del Contry Club, Paisajes de San Bernardino, Laguna de Los Cortijos, Laguna de Catia y Paisaje del Ávila son parte de los títulos artísticos que Calzadilla recuerda en relación a la obra de Cabré.

«Los paisajistas pintaban un lugar reconocido y le ponían el mismo nombre del sitio porque ellos querían demostrar que el retrato se correspondía con la imagen pintada», explica el también director de la Galería de Arte Nacional (GAN).

Llegado los años 1920 el pintor recibe el estimulo de su colega venezolano Emilio Boggio, quien lo anima a viajar a París, Francia, para nutrirse de los estilos impresionistas europeos. Entusiasmado, Cabré organiza una exposición para vender sus cuadros en Venezuela y con el dinero recogido se residencia en allí hasta 1930.

«En Francia se modifica su estilo porque las condiciones climáticas eran diferentes. Pero siempre pintó el paisaje, sobre todo el de la costa mediterránea, por estar bañada de mucha luz», asoma Calzadilla.

El río Sena y los bosques de Luxemburgo fueron los principales temas que inspiraron al pincel venezolano.

Una vez retornado al país, las exploraciones del paisaje continuaron. Por invitación del ministro de educación, Arturo Uslar Pietri, viaja a Los Andes venezolanos para retratar las altas montañas de Tovar y Bailadores, en Mérida, y Capacho, en Táchira.

«Eso fue en 1943. Su obra era más precisa porque se trataba de paisajes más puros, cosa que a él le interesaba mucho. En Los Andes, Cabré pinta ocho paisajes», agrega el experto.

Llega 1960 y con este año se inicia un período largo que se extendió hasta 1975 y estuvo dedicado a retratar las montañas del Ávila

De esta época destacan sus obras más representativas: una serie de panorámicas que sobrepasaban el metro cuadrado de paisajes. «Fueron obras que le pedían mucho esfuerzo porque llegó a su máximo punto de claridad plástica», indica Calzadilla.

Ya para 1980 los años le impedían trasladarse hacia ambientes naturales pero su creatividad pudo más. Cabré se armó de un estereoscopio al que le introducía dos diapositivas con algunas de sus obras para reproducirlas o innovar con otras a partir de la inclusión de nuevos detalles.

Diez de sus obras pertenecen al patrimonio artístico de la nación y se encuentran custodiadas por la Galería de Arte Nacional. El resto se distribuye en colecciones privadas y en fotografías que adornan textos pictóricos.

Dos fueron los reconocimientos que recibió en vida por la trascendencia de su obra: el Premio Nacional de Pintura, en 1951, y el Premio Herrera Toro, en 1955. Además, compartió sus procesos artísticos con la dirección del Museo de Bellas Artes entre 1942 y 1946.

Cabré murió el 26 de febrero de 1984 y este viernes 25 de enero se cumplen 123 años de su nacimiento en la ciudad de Barcelona, España.

Osjanny Montero AVN

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