Los Diablos de San Rafael de Orituco danzan con las Diablas al son de cuatro y tambora

Los diablos de San Rafael de Orituco, en el estado Guárico, conforman una de las 11 cofradías del país que salen a bailar el día del Santísimo Sacramento, y a diferencia de sus colegas de Aragua, Miranda, Cojedes, Vargas y Carabobo, incluyen a las diablas en su danza, que se mueven al compás del cuatro y la tambora.

San Rafael es un pueblito de unos 15.000 habitantes que queda en el centro del país. Allí llegó, en la época colonial, la fiesta de los diablos danzantes.

Cada año, ocho semanas después del jueves de Semana Santa, una diablada se rinde ante el Santísimo Sacramento (hostia consagrada expuesta para la consagración). Los promeseros bailan trajeados con una vestimenta rojinegra con cruces blancas y máscaras inspiradas en los animales del Llano.

Al frente de la cofradía está Rafael Gota, un hombre de 52 años con bastón en mano, que tiene sobre sus hombros la presidencia de esta agrupación, además de ser el primer capataz.

«En el traje está cruzado el color rojo y el negro para cuidarnos del propio demonio. Nosotros nos burlamos del diablo», dice Rafael, quien por problemas en sus piernas no puede bailar como antes.

Aprendió lo que sabe de la manifestación por el señor Antonio Aular, quien llegó de El Guapo, pueblo de la región barloventeña, en el estado Miranda, a San Rafael a revivir la tradición que había sido olvidada en su comunidad.

La diabla, el cuatro y la tambora

Además del traje y la máscara, esta diablada tiene como particularidad que es una de las pocas donde permiten la participación femenina dentro de la danza. Así aparece La Diabla, que en su baile coquetea con los otros diablos para sonsacarlos mientras suena la música.

Mientras que en las manifestaciones de otras partes del país, la mujer está al margen de la fiesta y sólo interviene para arreglar el traje de algún diablo o darle de beber a los danzantes, en San Rafael puede bailar más de una, pero con una condición: «No pueden ser más diablas que diablos», advierte.

Explica que otra de las reglas es que nunca una fémina puede comandar la Cofradía. «Es lo único que no puede hacer la mujer». En algunas cofradías, a las mujeres que colaboran con la fiesta haciendo los trajes o arreglando algún defecto en la vestimenta, se les llama Sayona. Están un tanto distantes de la manifestación, pero sin ellas la fiesta no es posible.

En esta expresión guariqueña, la diabla debe tener un vestido floreado de mangas largas y su máscara debe ser redonda. Para que no exceda los límites en el baile, es reprendida por el Diablo Mayor, que con su látigo golpea el piso en señal de advertencia.

Este papel vigilante lo tenía Rafael, pero empezó a sufrir dolencias en sus piernas y cedió el rol a su hermano Antonio, quien ahora se coloca la máscara más voluminosa de la diablada, con al menos cuatro cachos en su cabeza, y un látigo en su mano derecha y una maraca en la zurda.

«El baile es distinto al del diablo, la diabla es coqueta, pero el diablo mayor le llama la atención, ‘cuerea’ en el piso y la diabla busca hacia atrás del diablo mayor»

Rafael se quedó con su cuatro, y es más cómodo tener sólo esta función para entregarse a las melodías de las cuerdas. «Esta es la única diablada donde se toca el cuatro y la tambora a la vez».

Las promesas y promeseros

Rafael empezó a bailar en 1968, tenía apenas tenía 8 años. Hoy tiene casi tres décadas a la cabeza de los Diablos de San Rafael porque en 1983 al señor Aular, quien lo enseñó a danzar, «se le antojó morirse».

«Me dejó a cargo de esta tradición, me dejó sus máscaras, su cuatro, sus tamboras, las maracas, y hasta las alpargatas», dijo. Hoy sigue formando a generaciones nuevas; su hijo, de 28 años, se trajea de diablo todos los años, desde que tenía una década de vida.

Rafael no maneja un número exacto de los diablos que participan en la celebración, dice que hay años que van sólo cinco y otros que van decenas, pero un poco decepcionado apunta que en 2012 asistió una veintena nada más.

«Este año fueron pocos, sobre todo muchachos jóvenes, los adultos están trabajando en Caracas o Valencia, se alejan del pueblo. Antes era un día de fiesta. Hoy solo algunos que dicen: ‘no voy a trabajar, voy a bailar mis diablos’ «.

Cuenta que las promesas más frecuentes son por razones de salud y académicas, y entre las condiciones para danzar están el haber participado en unos siete ensayos. En la víspera del día de Corpus Christi también hacen entrenamientos de los promeseros que bailarán por primera vez.

De la iglesia a las casas

A las 8:00 de la mañana empieza la fiesta, los diablos llegan hasta la Iglesia de San Rafael de Orituco, pero como no pueden atravesar la entrada, escuchan la misa desde afuera. Al final cuando el padre dice «Podemos ir en paz», sale el Santísimo Sacramento y los diablos lo acompañan sin darle la espalda.

«En la procesión es como si el Santísimo estuviera corriendo al diablo y nosotros vamos bailando hacia atrás hasta donde vaya», explica el capataz.

La procesión se devuelve al templo, el padre riega agua bendita sobre los enmascarados, dice una oración y entra. A partir de allí empiezan el recorrido por las casas del pueblo.

«Después que el Santísimo entra a la iglesia es que uno sale a festejar por todas las calles. Pasamos por las casas, tomamos ron, el diablo toma lo que le den, lo que le ofrezcan la gente. La fiesta dura hasta las 8:00 de la noche».

Los Diablos Danzantes de Corpus Christi esperan ansiosos el veredicto que dará este diciembre la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en inglés), organismo ante el cual se elevó la postulación para declararlos como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

AVN

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