La digna lucha de Oscar López Rivera pudo con la brutalidad del Imperio

Festeja el pueblo puertorriqueño con conciencia de patria. Festeja también desde alguna estrella donde, siempre irreverente, se halla instalado ese gran revolucionario independentista llamado Filiberto Ojeda Ríos, asesinado cobardemente por el FBI en tiempos pasados. Su vieja trompeta acompañará al coro rebelde integrado por Don Pedro Albizu Campos, José Antonio Corretjes, Eugenio María de Hostos, Blanca Canales y Lolita Lebrón, felices por la noticia. Todos y todas ellas, con el puño en alto y abrazando la bandera por la que tanto han dado, incluso su vida, hoy se suman a la celebración. No es para menos, un hermano de sangre, tenaz, inclaudicable guerrero dispuesto a jugarse siempre por los más humildes, le ha ganado la pulseada al Imperio.

oscar lopez

Oscar López Rivera, lo sabe todo el mundo, va a recuperar su libertad en pocos meses, producto de un “indulto” que no es tal sino del fruto de una aguerrida y masiva movilización popular, tanto en Puerto Rico como a nivel internacional.

No nos engañemos: de la misma manera que Obama, el carnicero de los pueblos del Medio Oriente, bajó la cabeza recientemente ante la gallardía del pueblo cubano y tuvo que reconocer que el bloqueo sirvió de poco y nada a los intereses de sus criminales  promotores; ahora hay que ver este logro de la libertad de Oscar en la verdadera dimensión de lo que significa. Y no es más que una nueva demostración de que la férrea unidad del pueblo boricua, más allá de sus diferencias, ha podido arrancar de las cárceles yanquis a uno de sus mejores hijos.

Cabe recordar que cuando mencionamos a Oscar como un patriota, lo planteamos no solo por las afrentas y dolorosas penalidades sufridas en prisión en estos últimos 36 años, sino por todo su trabajo en pos de una sociedad más inclusiva, menos racista y, sobre todo, por luchar denodadamente por romper las cadenas coloniales que atan a su país con el Imperio.  En 1981, Oscar fue detenido por su pertenencia a las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) y condenado a 55 años de cárcel, a los que en 1988 se le agregaron otros 15 años adicionales, como producto de los juicios-farsa que se ejecutan a diario en los Estados Unidos.

Antes de ello, cuando, como muchos jóvenes boricuas, fue obligadamente reclutado para combatir en Vietnam, pudo comprobar in situ lo que  significaba la bestialidad descargada por el imperialismo contra otros pueblos. Pero fue a su regreso a Chicago, cuando, con militante conciencia, comenzó la lucha por los que Fanon denominó “condenados de la tierra”.

Todas las iniciativas por mayor justicia social, vivienda, educación, salud para los excluidos de la población latina y afroamericana tuvieron a Oscar como uno de sus grandes impulsores. Fogueó su temple emancipador en innumerables actos de desobediencia civil y de enfrentamiento contra quienes, de manera descarada, explotaban a sus hermanos. En cada una de esas ocasiones, la respuesta a demandas pacíficas y más que lógicas siempre fue la represión, las detenciones, las torturas a quienes osaban rebelarse allí mismo, en el corazón del monstruo.

Cuando, en 1976, se enrola en las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) y pasa a la clandestinidad, Oscar sabía que esa decisión, la de ser un revolucionario, se tomaba para toda la vida, y que indudablemente podía traer aparejado lo que luego se descargó sobre su cuerpo. Esa consecuencia, surgida de entender que la pelea por la independencia exige de grados superiores de compromiso pero también de dignidad, lo llevó a que, en 1999, cuando Clinton amnistió a varios presos políticos puertorriqueños, Oscar rechazara esa concesión debido a que otros de sus mejores compañeros aún deberían permanecer en la cárcel. Con ese fuerte gesto en su mochila, se dispuso a seguir mostrándole los dientes a los enemigos de su pueblo, con la confianza de que su libertad se produciría por la presión que pudieran hacer los hombres y mujeres por los que él había entregado tantos años de militancia.

Como ocurre con esos muros que los poderosos construyen para separar pueblos o silenciar verdades, la constancia de la movilización popular comenzó a perforar de a poco lo que aparentaba ser imposible de derribar. El rostro sonriente de Oscar se entremezclaba con cientos de banderas puertorriqueñas, las y los jóvenes que en su momento se lanzaron a las calles a homenajear a Filiberto y a los Macheteros supieron organizar miles de actos, marchas, acciones culturales, en los que el pensamiento de Oscar, sus reflexiones patrióticas («Amo a mi patria, a pesar de que es la colonia más antigua del mundo. Y es por eso que sigo diciendo que amar a Puerto Rico no cuesta nada. Lo que sería costoso es si la perdemos”) vigorizaban a todos ellos y ayudaba para sumar más y más voluntades, tanto adentro como fronteras afuera.

La constante solidaridad de Cuba con la causa puertorriqueña ayudó a que la campaña mundial por Oscar adquiriera una dinámica que posibilitó que su caso, en el marco de tantos y tantos prisioneros antiimperialistas, se comenzara a convertir en símbolo de exigencia de libertad para todos ellos y ellas. Así fue que, recientemente, cuando Oscar cumplió 74 años, la movilización popular alcanzó un clímax que ni el propio patrón del Imperio pudo ignorar. Y de allí, no lo dudemos, de esa fuerza incontenible que es la de pelear por las causas justas, surge esta mezquina concesión de míster Obama, que en vez de abrir ya las puertas de la prisión, posterga hasta mayo esa alegría que todos hoy festejamos por anticipado.

Volverás, Oscar, a tu amada nación puertorriqueña, lo harás invicto, como los grandes luchadores y luchadoras, y cuando llegues a pisar esa tierra por la que sigues luchando, te confundirás en mil abrazos, y entre ellos, en primera fila, verás a otro guerrero como tú, que también se alzó en armas y masticó durante décadas la bronca carcelaria y que ahora sigue batallando sin descanso a pesar de los años. Se llama Rafael Cancel Miranda y ha sido uno de los más insistentes con sus escritos y poemas en reclamar tu libertad a escala internacional. Te bañarás en multitudes, Oscar, en merecidos agradecimientos por haber sido tan fuerte como un roble, y lo que es más importante, tu nombre será vitoreado por esas nuevas generaciones que, más temprano que tarde, serán las llamadas a conseguir la impostergable independencia, por la que patriotas, como tú, fueron marcando el camino. Ese día, desde todos los confines de Nuestra América, gritaremos: ¡Viva Puerto Rico libre!, no tengas dudas, Oscar.

Telesur/Prensa Mippci

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