“El rostro sereno de los milagros” cumple seis años como Monumento Nacional

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La figura autóctona de devoción y la manifestación “del amor de Dios” para los tachirenses, conocida como “el rostro sereno de los milagros”, celebra este 5 de septiembre, seis años de su declaración como Monumento Nacional de la Patria bolivariana.

En el año 2010, tres años antes de su repentina partida a la inmortalidad, el Comandante Hugo Chávez, decretó Monumento Nacional y Patrimonio Cultural a la Basílica Menor del Espíritu Santo y Santuario del Santo Cristo de la Grita, ubicado en el municipio Jauregui de la población  homónima del estado Táchira.

El entonces Jefe de Estado, durante una visita oficial a la localidad fronteriza de la entidad andina, indicó que el Santo Cristo de la Grita “es un Jesucristo venezolano” y un símbolo de la religiosidad e idiosincrasia del pueblo tachirense.

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En dicha ocasión –y tras conversar con el párroco del templo José Gregorio Melo- ordenó la construcción de un nuevo santuario,  con la capacidad de albergar a los miles de peregrinos (nacionales y extranjeros) que se dan cita en el lugar para participar en la procesión anual del Santo Cristo de la Grita.

El Comandante Chávez, con su característico talante patriota y revolucionario, pidió al Cristo de la Grita “calmar los odios de los sectores de la sociedad que adversan a la Revolución Bolivariana”, proceso que encabezó desde el año 1999 hasta el último día de su existencia en el plano terrenal.

La promesa de un revolucionario

Chávez y Santo Cristo

El 20 de octubre de 2011, un año y quince días después de aquel decreto oficial, el Comandante Hugo Chávez visitó nuevamente la Basílica Menor del Espíritu Santo y Santuario del Santo Cristo de la Grita, para agradecer la recuperación de su salud tras la aparición de células cancerígenas en su cuerpo.

Ese día, un jueves, del décimo mes del año, Chávez llegó a la Basílica del Espíritu Santo, en La Grita, rodeado de una multitud de personas que, junto a su familia y miembros del gabinete ejecutivo, deseaban agradecer la rápida recuperación del líder de la Revolución Bolivariana.

“Quise venir a la Grita, al llegar de Cuba, para mostrar mi agradecimiento por la recuperación de mi salud, que estaba bastante amenazada en los últimos meses”, expresó.

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Prosiguió su discurso diciendo: “Vine a presentarme al jefe, al comandante de los comandantes, Cristo Redentor, yo, cada día más cristiano, cada días más amante de Cristo y el Cristianismo, verdadero es la doctrina de la paz y el amor, no hay otra, y hoy la llamamos desde el punto de vista de la ciencia política y de la realidad social el socialismo, es el camino de Cristo”.

El Comandante señaló que el 20 de octubre marcó el inicio de una nueva etapa en su vida y que a partir de ese momento se convertiría en “un nuevo Chávez” que batallaría, como hasta el momento, para preservar la tranquilidad del pueblo.

“Pido en primer lugar por la vida del pueblo, por la vida de la patria y vine a pedir por mi vida al Cristo (…) Chávez está en la calle de nuevo, con Cristo y con el pueblo”.

Historia de fe

La escultura del Santo Cristo de la Grita se atribuye al Fray Francisco, artesano distinguido más por su piedad que por su talento artístico, quien luego de observar los estragos generados por el terremoto ocurrido en 1610 en La Grita, ofreció al cielo hacer una imagen del Cristo crucificado para rendir culto y consagrar la nueva ciudad.

Elevada la petición, inició su trabajo trazando en un tronco de cedro la imagen divina. Al cabo de un tiempo, comenzó a verse una figura humana, aunque ésta no tenía los rasgos característicos de la tradicional imagen del Cristo moribundo. El Fray Francisco no logró interpretar la expresión sublime de la figura que tallaba.

Santo Cristo

Según la tradición tachirense, una tarde después de suspender los trabajos artísticos que realizaba, se puso en oración. Un éxtasis profundo lo embargó y cuando volvió en sí, escuchó que en la pieza de su trabajo golpeaban los cinceles y el escarpelo pasaba por las fibras de la madera.

Se acercó y algo como una figura humana envuelta en una ráfaga de luz, salió a través de la puerta, encandilándole los ojos. A los primeros albores del día, después de la oración matinal, les contó a sus hermanos –los frailes franciscanos- quienes se dirigieron apresuradamente a observar la imagen, al llegar encontraron la imagen terminada.

Fray Francisco lloró al ver que en aquella faz divina estaban los rasgos que él había concebido y que le fue imposible expresar.

KG/ Prensa MippCI

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