Democracia y comida basura. Clodovaldo Hernández.

A la gente de derecha le encanta la democracia al estilo de la élite estadounidense porque, casi siempre, guarda las apariencias. Hasta para cometer las peores tropelías, esa camarilla hace ver al mundo que son un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo y que actúan en nombre de la paz mundial y la libertad… Y los integrantes de las élites (o aspirantes a élites) de nuestras naciones se pasan la vida celebrando esas fintas políticas.

Con la democracia de Estados Unidos pasa un poco lo que ocurre con la comida chatarra inventada en ese mismo país: si se hiciera un análisis racional y lógico quedaría claro que no es verdadera comida, más bien se acerca a la categoría de veneno colectivo, pero tiene tan buena publicidad y tan buen mercadeo que es uno de los negocios más florecientes del mundo.

Una muestra muy actual de los embelecos de ese sistema político es el manejo de la decisión de atacar a Siria. En un típico aguaje de democracia perfecta, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, solemnemente le pide al Congreso que respalde esta nueva versión de los «bombardeos humanitarios» (¡hágame el favor!). En rigor, el premio Nobel de la Paz solicita autorización para fomentar otra guerra, pero el gran aparato de publicidad y mercadeo (el mismo que vende tan exitosamente la junk food) lo presenta como un gran estadista porque, ¡fíjese usted, qué lindo!, le está pidiendo permiso al Parlamento. Y luego, cuando el Comité de Relaciones Exteriores discute el asunto -otra finta- y termina pronunciando el «¡denle plomo!», los admiradores locales de la democracia estadounidense aplauden el gesto, argumentando que «allá sí funciona la división de poderes, no como acá, que todo lo ordena el Ejecutivo».

La apariencia es lo que vale. No importa que, con o sin aprobación del Congreso, se estén cargando el Derecho Internacional y estén perpetrando la cínica barbaridad de destruir un país -o lo que va quedando de él- para salvarlo de la destrucción, como ya se ha comprobado en Afganistán, Irak y Libia.

Por supuesto que los partidarios de esta democracia avanzada (¡qué civilizados, las matanzas las aprueba el Congreso!) nunca abordan uno de los aspectos esenciales del tema, como es el hecho de que tanto Obama como los congresistas (demócratas y republicanos, es lo mismo) son voceros activos o rehenes del gran poder fáctico de Norteamérica, el complejo industrial-militar que, como decía aquella cuña, sí sabe de guerras porque es su especialidad. No, nunca reflexionarán sobre eso porque, igual que ocurre en el negocio de la comida-basura, uno de los secretos es que la gente se la trague -y la pague- sin ponerse a pensar en cómo y con qué la preparan.

YVKE Mundial/ Clodovaldo Hernández

clodoher@yahoo.com

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