Delcy Rodríguez, una pantera muy franca. Clodovaldo Hernandez

La nueva ministra de Comunicación e Información llega a este difícil despacho con la herencia heroica de su padre- Jorge Rodríguez-, una sinceridad casi sin límites y unas zarpas bien afiladas para enfrentar a la contrarrevolución

La primera vez que a Delcy Rodríguez le sobrevino un ataque de asma fue por gases lacrimógenos. No, no andaba con uniforme de liceísta, en medio de un disturbio, pues apenas tenía dos años de edad. Su madre (Delcy Gómez), su hermano mayor (Jorge) y ella visitaban a Jorge Rodríguez (padre) en un calabozo de cuatro metros cuadrados en el Servicio de Inteligencia de las Fuerzas Armadas (SIFA), tenebrosa guarida de esbirros de la democracia puntofijista. De pronto, explotó una lacrimógena y la nena fue a parar al hospital, dando comienzo a una larga saga de bronquios colapsados y nebulizaciones de emergencia.

Fue otra forma de torturar al líder de la Liga Socialista, quien aquel día ya presentaba un notorio color berenjena, producto de los “intensos interrogatorios”. Los esbirros sabían de su amor por los niños, en especial por Delcy, a quien llamaba “mi negrita”.

Lo que pasó luego es triste historia: a aquel hombre lo asesinaron cobardemente y los hermanos Rodríguez Gómez debieron vivir en una heroica orfandad paterna. Ella lo manejó a su modo, convirtiéndose en una chica estudiosa y ordenada, con el carácter un tanto atravesado. Desarrolló una de esas franquezas al límite, que ya no parecen tanto una virtud. Y aún en estos tiempos, se pasa de sincera. “Es impulsiva, no se guarda nada, dice lo que piensa, lo cual para algunos podría ser un defecto”, dice Mercedes Chacín, directora de Épale CCS y amiga de la familia Rodríguez Gómez.

El crecer sin su padre pudo haberla convertido en la habitual defendida de su hermano mayor, pero ocurrió algo muy distinto: se transformó en su indómita protectora, una pequeña pantera siempre dispuesta a lanzar un zarpazo para defenderlo, especialmente después  de que él se convirtió en figura pública. Así la recuerdan algunos que se la toparon en el despacho de Rodríguez cuando era Vicepresidente de la República. Y no falta tampoco quien tenga esa imagen de ella por los lados de la Alcaldía.

Abogada egresada de la Universidad Central de Venezuela (donde continuó la tradición Rodríguez de liderazgo estudiantil), se especializó en Derecho Laboral y se dedicó a la defensa de los trabajadores. El huracán revolucionario la sacó del foro. En 2006 fue nombrada ministra del Despacho de la Presidencia, un cargo que, en los buenos tiempos del comandante Chávez, era todo un trapiche para humanos: por un lado entraba una persona rozagante y por el otro salían el jugo… y el bagazo. Estuvo apenas unos meses y, por supuesto, las murmuraciones afloraron cuando fue sustituida. Su fama de demasiado sincera se reforzó con versiones —nunca confirmadas— sobre un atajaperro con el Presidente, que tampoco era —bien se sabe— ninguna perita en dulce.

Ahora ha sido designada ministra del Poder Popular para Comunicación e Información, un cargo lejano de su habitual esfera de acción, pues, como dice Mercedes Chacín, “es antidiva, no le gustan las cámaras de TV, salvo cuando es muy necesario”. Sin embargo, la misma Meche enumera razones para confiar en su éxito: “Es una mujer estudiosa, preparada, con buen humor. Es metódica y organizada. Le da valor a la ideología, al estudio del pensamiento político”.

Y, viéndolo bien, ostenta otro par de atributos para estos tiempos: zarpas bien afiladas. ¿Para qué más?

Clodovaldo Hernandez

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