ESPECIAL | Las huellas psicológicas de la pandemia

Prensa Presidencial

Palacio de Miraflores, Caracas.- Clara tiene 37 años de edad, es periodista de profesión y vocación. En su labor diaria ha visto pasar el Coronavirus de cerca, colegas y allegados anuncian a diario sus contagios. Unos lo superan, otros se despiden.

Un pesado bolso le acompaña lleno de gel antibacterial, atomizador con alcohol, toallas desechables, guantes, jabón líquido, vasos y cubiertos descartables.

La rutina diaria de Clara ha cambiado, al llegar al trabajo ya no saluda como antes, un contacto visual y un hola a distancia para todos sus compañeros anteceden a la limpieza y desinfección de su escritorio y herramientas de trabajo, una práctica que ya realiza obsesivamente más de diez veces al día.

Sus compañeros hacen lo mismo, unos con más frecuencia que otros, religiosamente cumplen las “medidas” para evitar el contagio de COVID-19. Ninguno se ha dado cuenta de que puede estar desarrollando un trastorno obsesivo-compulsivo (TOC).

El TOC es una afección mental que consiste en presentar pensamientos (obsesiones) y rituales (compulsiones) una y otra vez. Estos interfieren con su vida, pero no puede controlarlos ni detenerlos.

“Las condiciones especificas ante la pandemia que impactan en el proceso cognitivo de las personas pueden generar, debido a los pensamientos irracionales, fobias, ansiedad generalizada y TOC, resaltando que las personas con TOC generalmente tienen enfermedades coexistentes, como depresión, trastorno bipolar y está sería la población de mayor impacto”, explica la psicóloga clínico Matilde Aguilar.

Refiere la especialista que la diferencia entre los hábitos a seguir en la “nueva normalidad” y como lo puede manejar una persona que desarrolle un TOC lo marcan la intensidad y frecuencia de la conducta guiada por los pensamientos irracionales.

“Por ejemplo, los rituales o compulsiones son conductas en exceso de frecuencia, repetitivas, intencionales en las que la persona siente que deben realizar para prevenir o reducir la ansiedad causada por sus pensamientos obsesivos o para neutralizar sus obsesiones. En el caso del COVID-19, el temor al contagio y la muerte como pensamiento real pero manejado de forma irracional”, aclara Aguilar.

Los científicos que estudian el COVID-19 han referido que aún se desconocen los daños físicos que esta enfermedad pueda dejar en aquellos pacientes que la superan; pero además las afectaciones psicológicas que ha dejado la pandemia aún están por verse.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió en mayo de 2020 de las consecuencias para la salud mental que está teniendo el nuevo Coronavirus y las que va a tener en el futuro, con un posible aumento de suicidios y de trastornos, e instó a los gobiernos a no dejar de lado la atención psicológica.

Cóctel peligroso

Las secuelas ya están a la vista: dificultad para dormir, cambios del estado de ánimo, irritabilidad, ansiedad e incluso depresión es lo que ha venido experimentando Miguel Núñez, profesor universitario a quien la pandemia le ha obligado a trabajar desde casa.

Miguel es parte de la predicción y la estadística, pues Carissa Etienne, directora de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) alertó, el pasado 18 de agosto, que “la pandemia de COVID-19 ha causado una crisis de salud mental en nuestra región a una escala que nunca antes habíamos visto”.

Según el organismo, los datos muestran que muchas personas están recurriendo al alcohol y las drogas para hacer frente a la pandemia, lo que las hace más propensas a tener problemas de salud mental.

Dos meses antes, Dévora Kestel, directora del Departamento de Salud Mental y Abuso de Sustancias de la OMS, advirtió durante una conferencia de prensa que se había detectado un incremento de la prevalencia de la angustia.

“Un 35 por ciento en China, un 60 por ciento en Irán, un 40 por ciento en Estados Unidos, tres de los países más afectados por la pandemia, que ha provocado ya más de 285.000 muertos e infectado a más de cuatro millones personas en el mundo”.

Lo expuesto por Kestel coincide con las consideraciones de la psicóloga Matilde Aguilar, al relatar que la pandemia ha traído consigo el inicio, recaída o desarrollo en el abuso del consumo de sustancias, entre otras afectaciones de la salud mental.

A esto se le suma que el 47 por ciento de los trabajadores sanitarios declaró necesitar apoyo psicológico, mientras que en China un 50 por ciento sufre depresión, un 45 por ciento ansiedad, y un 34 por ciento insomnio.

En lugares de conflicto alrededor de 1 de cada 5 personas sufre trastornos mentales, una cifra que podría alcanzarse en medio de la crisis por el COVID-19 “si no se ponen medidas para aliviar, acompañar y dar apoyo a los que lo necesitan”, advirtió Kestel.

Efecto suicida

En Andalucía, la comunidad más poblada de España, el consumo de antidepresivos aumentó más de un 10% el pasado mes de marzo, y un 9% el de ansiolíticos, refiere Lucas Giner, psiquiatra y uno de los mayores investigadores del suicidio en ese país.

“Ahora es cuando van a aumentar los problemas y patologías psiquiátricas y por tanto los suicidios», expresó en una entrevista concedida a la Radiotelevisión Española (rtve).

Por su parte, el psicólogo y presidente de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio,  Andoni Anseán, aclara que «antes del COVID-19, el suicidio ya era un problema en España».

Apunta que cada día en la nación europea se suicidan 10 personas y se estima que otras 200 lo intentan. “Es desde hace años la primera causa de muerte no natural en nuestro país, sus víctimas casi doblan a las de los accidentes de tráfico, según los últimos datos de 2018”.

La periodista independiente Karen Bujes, destaca que solo 38 países del mundo tienen realmente medidas de prevención del suicidio. “Una sociedad que escoge el suicidio y no la vida, es una sociedad enferma” apunta.

La OMS en su informe sobre la prevención del suicidio ha alertado que más de 800.000 personas mueren cada año por esta causa. Asimismo, señala que el suicidio es la segunda causa principal de muerte entre personas de 15 a 29 años de edad.

“Hay indicios de que, por cada adulto que se suicidó, posiblemente más de otros 20 intentaron suicidarse. Los suicidios son prevenibles. Para que las respuestas nacionales sean eficaces, se necesita una estrategia integral multisectorial de prevención” indica el informe coincidiendo con Anseán.

A la par, un estudio presentado por la Organización Panamericana de la Salud (OPS), explica que la región de las Américas tiene una tasa de suicidio de 7.3 por cada 100.000 habitantes,  una cifra menor que el promedio mundial que se ubica en 11.4 por cada 100.000 habitantes.

En el continente americano, sin embargo, las tasas varían de forma significativa entre los países, así como según la edad y el género.

Entre las subregiones, América del Norte y el Caribe no hispano tienen las tasas de suicidio más altas, siendo los hombres quienes efectúan la mayor cantidad de inmolaciones en comparación con las mujeres en todos los países de la región.

Entre todos los grupos de edad, las tasas más altas se registran entre las personas mayores de 70 años.

Un documento de Salud Mental del Servicio de Investigación y Análisis en Política Social, presentado ante la Cámara de Diputados de México a finales de julio, reveló que la pandemia del COVID-19 afecta ya, con fuertes efectos de depresión y ansiedad, a por lo menos el 30 por ciento de la población, por lo que la Secretaría de Salud reporta 335 “servicios especializados por violencia y riesgo de autolesión o suicidio”.

En tanto, un estudio realizado por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés) mostró un incremento en el número de personas que informaron abuso de sustancias y que consideraban seriamente el suicidio.

El informe de los CDC determinó que una de cada cuatro personas -entre 18 y 24 años- admitió haber tenido pensamientos suicidas en los 30 días anteriores a la encuesta.

El reporte de la OPS agrega que hay que una fuerte relación entre el suicidio y los problemas de salud mental. La investigación sugiere que la enfermedad mental es un factor hasta en el 90% de todas las muertes por esta causa.

¿Qué hacer?

La OPS recomienda que los países evalúen sus sistemas de salud mental para determinar si tienen programas, servicios y recursos para prevenir y tratar los problemas asociados con la conducta suicida.

Una recomendación que coincide con el llamado hecho por la OMS que ha solicitado a los países no desatender este tipo de problema, es estudiar las necesidades de todos los sectores y garantizar que el apoyo psicológico esté disponible como parte de los servicios esenciales, dado que “aunque la COVID-19 es una crisis de salud física, el impacto en la salud mental es significativo y podría generar mayores dificultades si no se le hace frente correctamente».

Desde esta perspectiva, la psicóloga Matilde Aguilar considera necesaria la implementación de planes nacionales para atender problemas de salud mental en medio de la pandemia.

A su juicio, cada centro hospitalario, institución pública y medio de comunicación debería contar con profesionales para la prevención, atención de crisis y tratamiento psicológico, tanto de personas sanas, como de aquellos que padecen la enfermedad y sus familiares; puesto que “es una forma de ganar en colectivo para la salud mental de una sociedad”.

La especialista también recomienda que cada persona cree su grupo de apoyo significativo, mantener la interacción y comunicación, haciendo uso de redes sociales o mensajería instantánea para expresar sentimientos y pensamientos.

Otro de los puntos clave para enfrentar la pandemia preservando la salud mental es mantenernos ocupados, pero también dejar espacios para el ocio y sobre todo observar los cambios de conducta y emociones propias y de nuestro grupo significativo para solicitar ayuda psicológica certificada a tiempo.

Apostando a la vida

El costo psicológico de la pandemia por COVID-19 es bastante alto para un grueso de la población mundial, cada sociedad tiene sus propias características. Sin embargo, así como existen personas resilientes hay sociedades resilientes que poseen particularidades especificas que les permiten afrontar y superar situaciones adversas, apunta Aguilar.

Las huellas de la pandemia están allí, familias incompletas, amigos ausentes, finanzas en números rojos, no obstante la cuarentena y las restricciones también han dejado aprendizajes como valorar el tiempo con nuestros seres queridos y darnos cuenta que lo material es efímero.

Esa capacidad para hacer frente al estrés, la enfermedad y el cambio mejora cuando las personas cuidan mejor de sí mismas. Avanzar hacia sociedades más resilientes es un reto mayor para nuestra región, que pide a gritos atención temprana y prevención para minimizar los costos emocionales, evitar una sociedad enferma y apostar por la vida.

Prensa Presidencial/Bianca Borrero

 

 

 

 

 

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